miércoles, 15 de diciembre de 2010

UNA PREMIACIÓN APLAUDIDA POR LA SOCIEDAD

Por integrar este mundo -el periodismo- en el que muy pocos vivimos orgullosos y muchos otros enfadados, conozco a la mayoría de las personas e instituciones que hoy el municipio de la ciudad de Neuquén reconoció por su trayectoria y compromiso con los Derechos Humanos. Palabra bastardeada, olvidada, pisoteada por varios. Pero que para tantos otros, como es el caso de estas personas, permanece en lo más elevado del mástil.
Como mencioné al inicio, conozco a gran parte de ellos. A casi todos. Pero quisera detenerme en tres distinguidos que supieron -y saben- defender los valores fundamentales de la vida en búsqueda de construir una sociedad más igualitaria, más justa y solidaria. Me refiero a Mónica Oppezzi, al grupo de Cuidados Paliativos del Bouquet Roldán y a Rubén Capitanio. Y escoger a ellos tiene un por qué. Como todo en la vida. Nada que los haga mejor que el resto; simplemente una cercanía.
Reconocer a Oppezzi es sinónimo de MERECIMIENTO. Lo es porque es una luchadora, una comprometida con su labor, una defensora acérrima de los derechos humanos, de los principios, del hombre. Una pro-fe-sio-nal. Hablar de Mónica es referirse a una mujer con trayectoria y reconocimiento nacional que se desvive por su tierra, por su propio sistema, el de la envidia. Y lo hace con amor, con pasión, con la humildad que a muchos le falta.
Algo similar ocurre con el grupo de profesionales que muchas veces son más familia que la propia en la vida de un enfermo que atraviesa por una enfermedad terminal. Y que si bien no pueden calmar el dolor físico, saben cómo aplacar el íntimo, ese que no mata pero hirie, sangra y duele como ningún otro. Me quedé con ellos porque son un equipo que supo sobreponerse a las difíciles. Y vencer los contratiempos. Derrotar a sus “enemigos”.
Por último, hablaré del párroco de Centenario. Quizá sea a quien menos conozco, pero una experiencia fue suficiente para acercarme a él, a don Jaime -De Nevares- y los pormenores de la última dictadura militar en Argentina.
Recién incursionaba en este oficio cuando me topé con su sabiduría, templanza y enterza de hombre de bien. Lo entrevisté para el especial que conmemoraba los 30 años de aquel 24 de marzo de 1976, que coordiné en La Mañana de Neuquén. Ese momento fue suficiente para entenderlo. De ahí, creo, si mal no recuerdo, volví a hablar con él dos veces. También suficientes para saber que seguía intacto. Que nada ni nadie lo había cambiado. Defensor de los derechos de los presos, pobres, despretigiados, perseguidos. Defensor. Y recuerdo -como si fuera hoy- su rostro cuando me dijo: “Nunca pensé que llegaría a recordar los 30 años del golpe en vida. Me encuentro contento de ello. Y digo que es recordar todo lo que nos pasó, pero también es celebrar todo lo que se luchó”.
Hoy, a días de finalizar la primera década del nuevo siglo, cada uno de ellos sigue luchando. A su manera. En su espacio. Individual o grupalmnete. Pero todos con la misma bandera: la de la defensa de los Derechos Humanos. Y aplaudo por eso. También por ellos.

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