DIARIO DE UN VIAJERO (Conozca pequeñas historias de experiencias que viví en países visitados: Israel, Alemania, Francia e Italia).


UN ENCANTO DEL PASADO

La iglesia San Pablo, ubicada en pleno centro de Frankfurt (Alemania), entrega una belleza exterior propio de las edificaciones de más de 250 años.
Entre sus reconocimientos puede mencionarse que fue escenario de la primera Asamblea Nacional (1830) y sede central del Parlamento hasta 1852, cuando el edificio se convirtió en la casa de Dios. Sin embargo, en 1944 la Segunda Guerra Mundial hizo mella sobre sus escombros y la destruyó casi en su totalidad. Cuatro años más tarde lograron reconstruirla y desde ese momento es considerada un símbolo de la libertad democrática y la unidad nacional.
Hoy, la sede es visitada por miles de turistas, quienes día a día recorren sus dos plantas. Al nivel del suelo está la parte histórica, la que menos sufrió los pasos sangrientos de Adolf Hitler. Unos metros más arriba se encuentra una sala de convenciones, un espacio con capacidad para 930 personas que abre sus puertas sólo tres o cuatro veces al año. Y lo hace para ocasiones especiales: visita de presidentes y primeros ministros del mundo, premiaciones nacionales de importancia y para reuniones extraordinarias de la Bolsa o Cámara Industrial.




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El sótano de las mil historias

El cierre de cada jornada de estudio en Histadrut, Beit Berl (Israel), tiene un lugar asignado: el bar de Wally. Un esbelto y alegre árabe, responsable de la noche dentro del centro asignado para que 26 periodistas e historiadores latinoamericanos conozcan de cerca la realidad de un conflicto que no encuentra una salida: la lucha entre judíos y palestinos.
Decorado con banderas del mundo, ambiente musical y baile, el pequeño reducto hace más fluida la estadía lejos de nuestro lugar de origen. Sumado a ello la oferta de cigarrillos y alcohol, receta tan indispensable como un bolígrafo y un anotador en nuestra profesión.  
La amabilidad de Wally cruza fronteras. Se considera, según sus propias declaraciones, un predicador de la enseñanza y asiente que deambula por la vida sumido en la confianza hacia el otro. Algo difícil de encontrar en Tierra Santa, donde no todos son santos. Pero, en parte, él la tiene. Y la comparte. Sin embargo, es consciente de las barreras que debe derrumbar, aún después de varios años de trabajo en este costado del planeta. Simplemente por ser árabe. Aunque camine sin resquemor ni odio hacia el judío.
Su vida está en el sótano. Lo rodea un pasadisco, música árabe y una pequeña heladera cargada hasta más no pder con gaseasas locales y cervezas en miniaturas. De todos los colores y sabores. Hasta hay alguna argentina, que roba espacio en los estantes. Así, la noche en Beit Berl es más llevadera. Acojedora. Cálida.
A falta de 10 jornadas para el regreso, el sentido no es otro que el manifestado. Sino cómo comprender que cada día existe una obligación con este lugar: el sótano de las mil historias, el lugar de la alegría.